
Un día el circo chino llegó a la ciudad y eran tan pequeños que podías imaginar llevándotelos en una mochila hasta un robledal y contemplarlos en la palma de tu mano. Pero, después de 15 años de entrenamiento, sus músculos pesaban tanto que al minuto de caminar ya te cargaban en brazos o te lanzaban, haciendo volatines, por los aires. Venían, decían con sus boquitas pintadas, de la ciudad de Wuhan, en el centro, ni lejos ni cerca de Pekín. Y actuaban disfrazados de piratas, de algas, de conchas cuajadas de coral, de feriantes de pueblo... ¿Eran gente como se plantea mi apreciado Patxoski?
Gente esforzada, que ha repetido y repetido sus ejercicios hasta la extenuación, hasta convertirlos en algo natural, fluido como la respiración, divertido como un guiño, bajo el runrun discotequero, juguetón y saltarín. Chinos y chinas duros y flexibles como la vida. Acostumbrados a la sonrisa y a la censura. Resistentes. Gente como nosotros. Como tú y como yo.

2 comentarios:
No creo que nadie haya escrito nada tan chulo sobre un circo.
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