jueves, 2 de agosto de 2007

Arroz Pilau



¿A qué estamos ya un poco aburridos de bocadillos de lomo y queso y platos combinados con más croquetas que solomillo? En Pamplona, una ciudad donde comer es una religión, prima la ortodoxia y más allá del exotismo familiar del arroz tres delicias, la pizza arrabiata y del buen rollito del kebab se viaja poco culinariamente. Algún chino intentando hacer un sushi que no huela demasiado fuerte, ambientes tranquilos para los asados de tira y el dulce de leche, tímidas cebicherías escondidas en los barrios… y el restaurante indio. Ese que lleva tanto tiempo detrás de Yamaguchi, cerca de los hospitales (y que nadie interprete eso mal que el curry hace milagros con los estómagos tristes), sobreviviendo a la desconfianza local.
En realidad son pakistanís, los mismos que se hacían pasar por turcos con los primeros Donner, y que van abriendo una brecha en el paladar poco arriesgado de los navarros. Tienen además una sucursal en el centro comercial de la Morea rodeados de otras franquicias del fast food de gama media.
Pero la comida está rica rica. Cuando dicen que pica un poco, ni se nota, pero las especias se rompen en cada mordisco y suben por la nariz. Si es picante moderado hace cosquillitas y produce un leve rubor. Si en la carta pone que pica mucho… todavía no sé el resultado. Espero haga llorar de alegría.
El truco para no sudar demasiado: mezclarlo con arroz pilau. Un plato que se distingue del resto por tener algunos granos más maquillados que una estatua de Visnu. Y es que la India está tan lejos, jjj (y también Pakistán).
Los chupitos sin alcohol van por cuenta de la casa.

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