La tercera puerta da a un recibidor, donde puede bailarse una tarantela o jugar a arrastrar a un hermano menor enrollado en una alfombra. Hay un gran espejo, muchas salidas más, un caballito de marfil que por las noches baja de una columna y recorre con un trotecillo un espacio que no le parece finito. En la estantería de madera, custodiada por dos guerreros pupis, colgados de sus hilos, los libros pesan más por el polvo. En un cajón, el viejo dietario de un político. Con anotaciones para calcular, desde la mentira piadosa de la astrología, qué años son favorables y cuáles no, para la función pública… en Palermo. Con tanta gente que se quedó por el camino, es necesaria la protección de una fuerza mayor que la de Santa Rosalía. Venus, Plutón o Amauri, incluidos.
La cuarta puerta es la más siciliana: la vidriera a medio saltar por algún portazo se abre hacia una sala, con algunos pedacitos de madera que el paso de tacones firmes y de pisadas sutiles han levantado. ¿Recepciones de esposas de altos cargos de carabinieris, guateques de debutantes bajo la mirada severa del paterfamilias, un té mientras el párroco se come una casata…? Todo es en realidad un facsimil: el palazzo visto desde el exterior es un edificio de los años setenta, con pisos de hasta 300 metros cuadrados. El Art Nouveau es muy nouveau, pero el conjunto acumula tanta desidia y encanto decadente como si fuera real. Incluso más.
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1 comentario:
Uy, esta mermelada se ha vuelto muy Viscontiana.
Besazos.
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